Quieres fundirte,
ponerte en mi piel.
Pero es mi piel
la que me separa de ti.
No niegues el cuerpo.
El cuerpo que está
aquí. Contigo.
A la distancia justa para reconocernos.
Tú y yo ocupamos un espacio en común, el espacio en el que hemos compartido un proyecto que iniciamos muchos años atrás. Construimos una burbuja cotidiana para habitar vida buena.
Juntos decidimos dónde colocar una silla, dónde colgar una foto, dónde amontonar la ropa dónde poner un colchón, dónde una lámpara. Juntos decidimos qué silla, qué foto, qué ropa, qué colchón y que lámpara.
Es esta burbuja construida mutuamente la nos mantiene unidos y nos protege de los elementos externos. Pero también la que nos aísla, la que nos contiene, nos encierra en nosotros mismos cortando los vínculos con el mundo exterior, provocando el sentimiento de que ya no formamos parte del mundo, de algo compartido. Un tipo de soledad que surge de la sensación de desconexión con otras realidades.
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